martes, 9 de junio de 2015

La despedida a una mascota

  • Clarín

  • 9 Jun 2015
  • Laura Haimovichi lhaimovichi@clarin.com

Insuficiencia renal aguda, diagnosticó la veterinaria. La ovejera alemán sufría de vómitos, pérdida de apetito y letargo desde hacía un par de días. Estaba acurrucada frente a la puerta de la cocina de la casa chorizo de Villa del Parque y, como el Argos mitológico, aquel viejo perro moribundo de La Odisea, era una sombra de la que había sido. Aquella mole de treinta kilos estaba cubierta de pelo rubio y blanco, tenía el hocico ancho, ojos muy grandes color miel y era una entusiasta compañera de juegos de los chicos. Siempre alerta en la defensa del territorio, confiada y leal con quienes la cuidaban y le habían dado refugio desde hacía doce años, cuando llegó siendo cachorra.

Lula estaba grave. Respiraba con fatiga, sin aliento casi. ¿Qué había sido de su contagioso vigor, de sus ladridos potentes? ¿Dónde estaba aquel animal que se lanzaba a la carrera cuando ganaba la calle para el paseo irregular o cuando se dejaba acariciar con absoluta entrega alfombrando una parte del patio? ¿Quién iba a imaginarlo así, tan de repente, sin previo aviso? Entre la visita de la médica y su muerte no pasaron más de un par de horas. Justo ese día había sido también la partida de Isaac, su amo y mi padre, el actor que “se fue de gira”, como dicen sus colegas, apenas antes de la Navidad. La ovejera no llegó a sobrevivirlo demasiado.

Habían pasado exactos tres meses de su partida, el 18 de diciembre. Pudo haber sido la tristeza, lo debe extrañar, dijo la veterinaria. La vida de los otros, mientras tanto, continuó su marcha.

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