martes, 2 de noviembre de 2010

Escapado de un trozo de Buenos Aires


Buenos Aires, Verano del 77… Humedad, Escapado de un trozo de Buenos Aires.

Todo era un juego, esa tarde, sonaba con repiques  armónicos las notas sencillas de una guitarra vieja con ese destello  de los solitarios.  
Transcurría la escena en una vieja casa, pero muy pintoresca, donde la disposición de los cuartos tipo chorizo, típicas de ese Buenos Aires de los 50,   terminaban a su lado izquierdo en un patio, con  un piso en ajedrez blanco y negro, brillante por la humedad de un verano pegajoso.
Se detuvo el tiempo  mirando que  encendido en un costado de ese  patio, poblado de plantas colgantes, y con tierra vieja sin remover tal cual los lugares que nunca se pasan,  chusmeaba  un  jilguero  inquieto ante las notas desconocidas que intentaban pensarse fuera de un sonido  de un ser natural, tenia en la miraba la sorpresa, y el desconsuelo  de esos  que no pueden distinguir el sonido ni su procedencia.
El viejo estaba, sentado    en una   silla  con ese mimbre gastado de bienvenidas, y acordando con sus dedos que lo dejaran encontrar  su mate al costado y la concentración del movimiento para no perder la nota.
Esa tarde era  encantadoramente caliente.
Aunque  parecía que ese hombre gigante, de manos enormes   se había  olvidado de su misión al cuidado ,  estaba   al costado de su mesita  y en el piso  un niño  que por la apariencia de sus dientes ausentes rondaba los ocho años,  gordito de   una nariz graciosa, terminando perfecta en unos labios carnosos,   junto a el otra nena despeinada de unos seis,  de rulos rebeldes  que arrastraba traviesa y mezclando las piezas del  rompecabezas con maldad inocente, de juntar ambos juegos.
Justo cuando encontró el sonido exacto de aquella melodía, que ensayaba  de mate en mate, el niño empezó a los gritos, diciéndole a su abuelo que ella  había mezclado las piezas del rompecabezas que el ya tenia casi armado. Aquella tarde esa niña que había traído su propio rompecabezas, en fondo color rosa, arrojo las piezas  haciendo valer un accidente inventado misturando con rapidez de manos pequeñas y malvadas  todas las partes, creyendo que su amigo no se daría cuenta de su movimiento.  
El niño siguió gritando.
El viejo apoyo  la guitarra al costado,  Se acerco con suavidad al pequeño  y diciéndole al oído, tal cómplice de una vida, esbozo calidamente:   
No pelees, mí’ hijito, Ella vino a jugar un rato contigo, (en su oído y tiernamente  acariciándole el cabello)
-  Intenten jugar sin pelear – (siguió diciendo con su voz ronca y gastada)
- No te das cuenta que ella no tiene abuelo? (dijo en voz muy baja, queriendo que esas palabras no llegaran a la pequeña, de rulos rebeldes, para no herir su realidad).
El abuelo volvió a la silla en un movimiento lento y seguro, el  niño quedo callado, sabiendo de su fortuna, y  mirando el juego, en ese  enojo feroz  disimulado haciendo trompita sus labios,  aun así dejo pasar la ira.   
La pequeña escucho, esas  palabras,  y sintiendo un calor en la boca del estomago, se levanto, hacia el viejo, se sentó en su falda sin permiso  y  lo abrazo del cuello dándole un beso en la mejilla, con sus brazos regordetes,  tomando por un instancia la sensación de pertenencia.-
El barrio sonaba a  melodías de arrabal, los fondos de Pichuco con algarabía de bondis envueltos en gasoil y bocinas  y las vecinas en las veredas, con  batones gastados asomaban a la tarde,  renegando por el calor,
Empezaron los chispazos de una lluvia de verano,  entrando el jilguero a la galería y habiendo terminado esa  tardecita de juegos, el pequeño fue  a buscar su bicicleta y la acompañó hasta su casa… de la mano, y en silencio  se olvidaron que esa tarde habían peleado.

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