La increíble historia del Edificio Kavanagh
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En la década del 30, Corina Kavanagh era una hermosa y decidida mujer. Proveniente de una familia enriquecida, llamados despectivamente "nuevos ricos", por su sangre no corría linaje patricio pero sí ansias de trascender. Cuentan que por aquellos años la mujer había mantenido una historia de amor con un joven de alta alcurnia hijo de Mercedes Castellanos de Anchorena, la que se oponía tajantemente a la relación y que logró hacer que terminara.
Dicen que dolida, humillada y decidida a tomar revancha, Corina elaboró una venganza sin sangre... pero con ladrillos.
Nacía el Kavanagh.
Nada desvelaba más a los Anchorena, sus rivales, que la construcción de la Basílica del Santísimo Sacramento, hoy un templo abierto a la comunidad pero por aquellos años realizado a pedido de la familia para que se convirtiera en el sepulcro familiar. La familia vivía en el palacete que hoy es la Cancillería, justo del otro lado de la Plaza San Martín.
Pero la intención de la matriarca de los Anchorena era comprar un lote vacío que estaba justo enfrente a la iglesia, para construir su nueva mansión y que la parroquia quedara así anexada.
Paradójicamente, si hoy alguien quiere mirar de frente la actual basílica del Santísimo Sacramento, debe pararse en el pasaje "Corina Kavanagh"
Dispuesta a golpear donde más duele, cuentan que Corina Kavanagh redobló la apuesta y tras comprar el solar, ordenó al estudio de los arquitectos Sánchez, Lagos y de La Torre (célebre en la época) la construcción de un gran edificio con una sola intención: tapar completamente la visual de la iglesia desde muchos ángulos. Pero, y principalmente, desde los ventanales de la mansión de los Anchorena.
El terreno donde hoy se sitúa el Kavanagh pertenecía al hotel Plaza y, según el mito urbano, la mujer aprovechó un viaje de su archienemiga Anchorena para adelantarse a la compra del lugar.
Para lograr su cometido, cuentan que la mujer vendió tres estancias que poseía en Venado Tuerto. Tan sólo 14 meses demoró el levantamiento del edificio (entre el 1934 y el 1936), mole que, entre otros récords, ostenta el de haber poseído el primer aire acondicionado central de la Argentina. Su forma escalonada, además de seguir un estilo racionalista, responde también a las restricciones del Código de Edificación de aquel entonces que fue limitando su tamaño original.
Cuenta con 33 pisos y 113 departamentos de lujo (todos completamente distintos entre sí)
Con 3 ascensores, 5 entradas independientes, 5 escaleras, locales en la planta baja y estacionamiento, resultó una verdadera novedad para la época, que se vio sorprendida por cómo el inmenso lugar se nutría de una pileta, talleres de lavado y planchado, cámara frigorífica para pieles y alfombras, sistema telefónico central y depósitos de seguridad.
El objetivo fue estrictamente cumplido: hoy, desde el único lugar donde se puede ver la iglesia es el pasaje que corre entre el hotel Plaza y la torre, que se llama... Corina Kavanagh.
"Aún hoy no cuenta con portero eléctrico y hay que anunciarse como en un hotel".
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